La enseñanza vicentina es profunda y simple a la vez, sin rebuscamientos. Uno de los secretos de su belleza reside en su sencillez. Propone una moral y una espiritualidad que nos invita a adorar a Dios y servir al pobre. Una vida de caridad que nos lleva a la esencia del Evangelio.
San Vicente se revela como el gran santo de los pobres, pero también como un maestro de oración.

Decía el santo:
Ese gran Dios, al crearnos con el plan de exigir de nosotros esa agradable ocupación de amarle y ese honorable tributo, ha querido poner en nosotros el germen del amor, que es la semejanza… Ese enamorado de nuestros corazones, al ver que, por desgracia, el pecado había estropeado y borrado esa semejanza, quiso romper todas las leyes de la naturaleza para reparar ese daño… quiso, con el mismo proyecto de que le amásemos, hacerse semejante a nosotros y revestirse de nuestra misma humanidad. 

Además, como el amor es infinitamente inventivo, tras haber subido al patíbulo infame de la cruz para conquistar las almas y los corazones de aquellos de quienes desea ser amado, por no hablar de otras innumerables estratagemas que utilizó para este efecto durante su estancia entre nosotros, previendo que su ausencia podía ocasionar algún olvido o enfriamiento en nuestros corazones, quiso salir al paso de este inconveniente instituyendo el augusto sacramento donde él se encuentra real y substancialmente como está en el cielo. 

Más aún, viendo que, rebajándose y anulándose más todavía que lo que había hecho en la encarnación, podría hacerse de algún modo más semejante a nosotros, o al menos hacernos más semejantes a él, hizo que ese venerable sacramento nos sirviera de alimento y de bebida, pretendiendo por este medio que en cada uno de los hombres se hiciera espiritualmente la misma unión y semejanza que se obtiene entre la naturaleza y la substancia. Como el amor lo puede y lo quiere todo, él lo quiso así; y por miedo a que los hombres, por no entender bien este inaudito misterio y estratagema amorosa, fueran negligentes en acercarse a este sacramento, los obligó a él con la pena de incurrir en su desgracia eterna: ("El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Jn 6 54)”

El mejor medio para honrar esos misterios es el culto debido y la recepción digna de la Sagrada Eucaristía, como sacramento, y como sacrificio.”

Por todo ello nada nos ha de ser más querido que el dar a este sacramento y sacrificio el honor debido, y el procurar con todo interés que todos le den el mismo honor y reverencia”.

San Vicente insiste ante todo en un conjunto de recomendaciones y enseñanzas. En particular se detiene sobre:
* la participación en la santa misa;
* la comunión;
* los efectos deseados en la vida cristiana: «el que comulga todo lo hace bien»;
* la presencia real y la visita al Santísimo.
Una de las características de la vida espiritual es para san Vicente vivir en la presencia de Dios. Esta presencia, o vida cara a cara con Dios, gustaba san Vicente de alimentarla y actualizarla de algún modo mediante reiteradas visitas al Santísimo y renovando el acto de fe en el Señor presente en la Eucaristía [Cfr., RC X 20]:

Cuanto más se contempla un bien perfecto, más se lo ama. Pues bien, si nos imaginamos que tenemos con frecuencia ante nuestros ojos a Dios, que es la belleza y la perfección misma, indudablemente, cuanto más lo miremos, más lo amaremos.”

FUENTE: http://vincentians.com/es/la-devocion-eucaristica-en-san-vicente-de-paul/