Los CP (Cuidados Paliativos) proponen cuidar más allá de curar.

Están centrados en la sanación más que en la curación.

Entendiendo por sanación al proceso por el cual el paciente se involucra psicológica y espiritualmente en la situación por la que atraviesa y eso le permite lograr una relación apropiada consigo mismo, con los demás y con Dios (o el ser superior en el que crea). 

Supone una transformación a partir de la propia enfermedad.

Implica alcanzar el camino espiritual hacia las raíces de nuestro ser.


Para que esto se logre, se deben considerar tres ejes específicos en este proceso:

El eje de la enfermedad: tener en cuenta el tipo de enfermedad de la que se trata y cuál es su pronóstico, para poder tomar las decisiones más oportunas.

El eje de los síntomas y las vivencias: como la persona siente esa enfermedad, para poder jerarquizar los tratamientos de acuerdo con la importancia que esas vivencias tengan, por ejemplo el dolor, la falta de aire, el cansancio físico, la depresión.

El eje de la persona y los valores (eje moral): significa todo lo que es importante para esa persona y su familia, para ese momento de la vida. Su historia, sus creencias, la necesidad de decidir sobre su final en relación con lo que para él o ella es valioso, por ejemplo, dejar en orden sus bienes, resguardar a su familia, recibir apoyo religioso, gestionar una tutoría para menores u otras cuestiones.

Es decir, que no nos vamos a limitar a la biología de un paciente dado, sino a su biografía.


Se trata de acompañar a la persona, sus procesos, su búsqueda y sus preguntas,  intentando siempre  promover la esperanza, la autoestima y el sentido de la propia vida y muerte. 

El sentido de la vida difiere de un hombre a otro, de un día para otro, de una hora a otra hora. 

Lo que importa no es el sentido de la vida en términos generales, sino el significado concreto de la vida de cada persona en un momento dado.


Una enfermedad mortal constituye una crisis para el espíritu y sacude los cimientos de las concepciones previas de las personas.

 Esta crisis afecta no sólo a la persona enferma, ni tan sólo al organismo; sino que hace que todos los aspectos de la vida del paciente y todas sus relaciones significativas se precipiten en un período de gran incertidumbre.

La enfermedad hace dolorosamente consciente  lo valiosa que es la propia vida. 

Se advierte de verdad lo que importa, quién importa, que se ha hecho de la propia vida y se debe decidir qué hacer de ahora en más.  

Se cuestionan las creencias espirituales y religiosas o la ausencia de las mismas. La enfermedad es como un terremoto tanto para el cuerpo como para la mente.


Lo esfuerzos que implica ser un  paciente y padecer una enfermedad física suponen una prueba que puede tener un efecto transfigurador a nivel espiritual.  

No se puede cambiar lo sucedido, pero frente a un hecho que no se puede controlar, se dispone de la libertad de elegir como se lo va a vivir. Dar sentido, crear sentido.


Vivir la experiencia de acompañar a personas que nunca se han planteado su propia interioridad, y cómo, a través de una revisión de vida,  ir viendo lo que la persona  cree que ha tenido más valor para sí misma o para su familia, se va dando un descubrimiento de esa espiritualidad innata propia de todos los seres, y de alguna manera, uno siente que el corazón de la persona se esponja. 

Aparece la enorme riqueza potencial que tenía guardada, y que ni siquiera podía intuir. Y es lo que va generando la fortaleza y la paz para seguir adelante ese proceso.


El acompañamiento se debe realizar sintiendo un infinito respeto por el camino particular de cada paciente. 

Hay que seguir paso a paso al que va a morir permitiéndole acceder a lo que, para él, es lo mejor. 

Con la confianza absoluta de que su manera de morir es la mejor porque le pertenece.  

El acompañamiento no triunfa sobre la muerte, triunfa (a veces, no siempre), sobre el miedo a la muerte, el miedo del moribundo, el miedo de los sanos que acompañan.


Cómo vivir los últimos tiempos de la vida, cómo asistir día a día al deterioro físico si no se tiene la posibilidad de apegarse al hombre “interior”, aquel que dentro de cada uno, continua creciendo, evolucionando, transformándose?

A eso debemos orientar nuestro trabajo. 

A hacerle ver que su dignidad, intrínseca por el solo hecho de ser humano, no se disminuye ni se pierde por el hecho de enfermar y el respeto a la misma debe ser una prioridad en la asistencia, facilitando al enfermo todo aquello que contribuya a su bienestar, en todos los planos.


El tiempo que le queda al paciente es un tiempo de vida y no una espera angustiosa de la muerte; se trata de  no morir antes de morir, de estar vivo hasta el final.  “Vivir hasta despedirnos”.

Pero al mismo tiempo, un factor muy importante es permitirle al paciente la partida llegado el momento final, es decir soltarlo, darle permiso para morir, por más doloroso que sea.

Teniendo siempre presente que la manera en que muere una persona permanecerá en el recuerdo de quienes lo acompañaron. 

Hacer frente a la muerte es afrontar la vida y llegar a aceptar aquella, es aprender mucho sobre ésta.

Cada muerte es tan individual como la vida que la precedió y toda la experiencia de esa vida se refleja en el proceso de morir de cada paciente.


“Tú me importas por ser tú, importas hasta el último momento de tu vida y haremos todo lo que esté a nuestro alcance, no sólo para ayudarte a morir en paz, sino también para vivir hasta el día en que te mueras” Cicely Saunders,1984 


Bibliografía 

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