El papa Francisco escribe en "VIDA NUEVA" (https://www.vidanuevadigital.com/)
una reflexión inédita para una Pascua marcada por el coronavirus.
Extracto del artículo:
Un plan para resucitar.
Una meditación.
Papa Francisco.
Dra. Marta Bové
Invitar
a la alegría pudiera parecer una provocación, e incluso, una broma de mal gusto ante las graves consecuencias que estamos
sufriendo por el COVID-19. Como las primeras discípulas que iban al sepulcro, vivimos
rodeados por una atmósfera de dolor e incertidumbre que nos hace preguntarnos: “¿Quién
nos correrá la piedra del sepulcro?” (Mc 16, 3). ¿Cómo haremos para llevar adelante
esta situación que nos sobrepasó completamente? Es la pesantez de la piedra del
sepulcro que se impone ante el futuro y que amenaza, con su realismo, sepultar
toda esperanza.
Como las primeras
discípulas, que, en medio de la oscuridad y el desconsuelo, cargaron sus bolsas
con perfumes y se pusieron en camino para ungir al Maestro sepultado (cfr.Mc
16, 1), nosotros pudimos, en este tiempo, ver a muchos que buscaron aportar la unción
de la corresponsabilidad para cuidar y no poner en riesgo la vida de los demás.
Fuimos testigos de cómo vecinos y familiares se pusieron en marcha con esfuerzo
y sacrificio para permanecer en sus casas y así frenar la difusión. Pudimos descubrir
cómo muchas personas que ya vivían y tenían que sufrir la pandemia de la exclusión
y la indiferencia siguieron esforzándose, acompañándose y sosteniéndose para que
esta situación sea (o bien, fuese) menos dolorosa. Vimos la unción derramada
por médicos, enfermeros y enfermeras, reponedores de góndolas, limpiadores,
cuidadores, transportistas, fuerzas de
seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas, abuelos y educadores y tantos
otros que se animaron a entregar todo lo que poseían para aportar un poco de
cura, de calma y alma a la situación. Y aunque la pregunta seguía siendo la
misma: “¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?” (Mc 16, 3), todos ellos no
dejaron de hacer lo que sentían que podían y tenían que dar.
En esta
tierra desolada, el Señor se empeña en regenerar la belleza y hacer renacer la esperanza: “Mirad que realizo algo nuevo, ya está
brotando, ¿no lo notan?” (Is 43, 18b). Dios jamás abandona a su pueblo, está
siempre junto a él, especialmente cuando el dolor se hace más presente. Si algo
hemos podido aprender en todo este tiempo, es que nadie se salva solo. Urge
discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar junto a otros las dinámicas
que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en
este momento concreto de la historia.
“Una
emergencia como la del COVID-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos
de la solidaridad. No podemos permitirnos escribir la historia presente y
futura de espaldas al sufrimiento de tantos. Es el Señor quien nos volverá a
preguntar “¿dónde está tu hermano?” (Gn, 4, 9). La globalización de la
indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar… Ojalá nos encuentre
con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad.
No tengamos
miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor, que es “una
civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el
desaliento, la pasividad y el cansancio. La civilización del amor se construye
cotidianamente, ininterrumpidamente..
En este
tiempo de tribulación y luto, es mi deseo que, allí donde estés, puedas hacer
la experiencia de Jesús, que sale a tu encuentro, te saluda y te dice: “Alégrate”
(Mt 28, 9). Y que sea ese saludo el que nos movilice a convocar y amplificar la
buena nueva del Reino de Dios.