"La tempestad desenmascara
nuestra vulnerabilidad"
Nos encontramos asustados y
perdidos.
Al igual que a los discípulos
del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa
La tempestad desenmascara
nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas
seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros
proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y
abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra
comunidad.
Con la tempestad, se cayó el
maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre
pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa
(bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa
pertenencia de hermanos.
En esta Cuaresma resuena tu
llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos
llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el
momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo
que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo
que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor,
y hacia los demás.
El Señor nos interpela y, en
medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y
esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo
parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe
pascual.
Tenemos un ancla: en su Cruz
hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados.
Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie
ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos
sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la
carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha
resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a
reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a
potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la
llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la
esperanza.
Abrazar su Cruz es animarse a
abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un
instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la
creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios
donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de
hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados
para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga
todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar.
Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que
libera del miedo y da esperanza.
Señor, bendice al mundo, da
salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor.
Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a
merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y
nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú
nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).
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https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2020-03/homilia-completa-oracionextraordinaria-papafrancisco-coronavirus.html